La Sainte Chapelle, París
Durante la Cuarta Cruzada, los ejércitos de Occidente tomaron Bizancio y fundaron el Imperio Latino. Éste duraría medio siglo hasta la reconquista bizantina. Para poder costear los gastos que exigía la defensa del agonizante imperio, Balduino II de Courtnay, último emperador latino, puso en venta la más preciada de las reliquias de la cristiandad: la corona de espinas. Balduino II emprendió una gira por Europa para pedir ayuda e interesar a los reyes en una nueva cruzada. En 1237 se entrevistó en París con Luis IX, rey de Francia. Este devoto monarca no fue partidario de emprender una campaña a Oriente pero sí se interesó por las reliquias, entre las cuales, además de la corona de espinas, se encontraba la esponja con que fuera secado el rostro de Jesús, uno de los clavos de la crucifixión, y partes del santo sudario, de la lanza y de la verdadera cruz. Luego de convenir el precio y de obtener garantías sobre la autenticidad de las mismas, el monarca francés las adquirió y las hizo enviar a su patria. El 18 de agosto de 1239 llegaron a París en una procesión en la cual se contaban el rey y su madre, Blanca de Castilla. Para acoger las reliquias Luis IX decidió erigir una capilla dentro de su palacio de la Île-de-la-Cité. No se sabe con certeza pero se supone que el proyecto fue encomendado al arquitecto Pierre de Montreuil o a Thomas de Cormont. El rey formó un colegio de canónigos para que se ocuparan de la organización y el seguimiento de las obras, las cuales comenzaron en 1246. La Sainte Chapelle fue consagrada el 26 de abril de 1248, poco antes de que Luis partiera para la Sexta Cruzada. Esta obra maestra de la arquitectura gótica no es una capilla –como su nombre parece indicar- sino dos; una en un nivel inferior, para los siervos reales y otra en uno superior para los reyes de Francia, los cuales accedían independientemente desde sus aposentos, ubicados al mismo nivel. Ambos niveles están comunicados a través de dos escaleras de caracol ubicadas en sendas torres que flanquean la entrada al edificio. Esta disposición general es característica de las capillas palatinas, tipología a la cual pertenece la Sainte Chapelle. Tanto la capilla superior como la inferior presentan una sola nave terminada en ábside, que mide 9,75m x 30,33. En ambas también, los fieles se acomodaban en la nave mientras que el ábside daba lugar al altar. La capilla inferior estaba consagrada a la Virgen. Como ya hemos dicho, presenta una sola nave, sin embargo, su baja altura imposibilitaba que todo su ancho fuera cubierto con una bóveda de pared a pared. De haber sido así, las bóvedas hubieran tenido que arrancar desde el suelo. El arquitecto salvó el problema disponiendo una serie de columnas paralelas a las paredes laterales. De esta forma queda determinado un espacio virtual dentro de otro real. Así el ambiente adquiere profundidad y verticalidad. También debido a su poca altura y por estar anexada a otros edificios, esta capilla está débilmente iluminada. La capilla superior estaba dedicada a las reliquias de la Pasión. Por contraste con la inferior, presenta una extraordinaria verticalidad y luminosidad que la convierten en uno de los hitos del arte ojival. La mayor aspiración de la arquitectura gótica fue la “desmaterialización” del muro. El sistema gótico se basa en nervios que conducen las cargas en sentido lineal, a diferencia de las estructuras romanas y sus derivados que se valen de enormes masas para el mismo fin. En la Sainte Chapelle se llega a la perfección del sistema gótico. El edificio es un auténtico esqueleto, los muros se eliminan totalmente dando lugar a los majestuosos vitrales de colores que están apenas interrumpidos cada 4,5m por unos finos montantes que parecen incapaces de soportar las bóvedas. El único muro que presenta la capilla es el que está del lado del acceso, el cual se halla horadado por un amplio rosetón. Como es característico en los edificios góticos, las estructuras de soporte se dejan del lado exterior, dando una sensación de ingravidez a los interiores. Los montantes de la Sainte Chapelle no son más que la cara visible de los contrafuertes que soportan el peso y los empujes laterales que ejercen las bóvedas. El sistema de nervios lineales se manifiesta en el interior a través de las delgadas columnillas que ascienden por los montantes para luego transformarse en las nervaduras de las bóvedas. La “desmaterialización” del muro permite que un torrente de luz inunde los interiores. Ahora bien, la importancia de la luz no se debía a una función práctica sino simbólica: la luz era el símbolo de Dios, de la Fe y de la redención. La luz gótica no es natural; al pasar por los vitrales de colores se transforma en una luz sobrenatural cargada de misticismo. En la Sainte Chapelle, el marcado predominio del cristal por sobre la materia opaca, la belleza de las vidrieras y la tonalidad violácea que éstas dan a la luz, confieren al espacio una magia y un hieratismo, jamás logrados hasta entonces. La acusada altura de la capilla (20,5m) y de los ventanales (15m), la delgadez de las columnillas, los arcos ojivales y los maineles de piedra que estructuran las ventanas confieren a la Sainte Chapelle la marcada verticalidad que es propia de los espacios góticos. La belleza y elegancia de las dos capillas se ve enriquecida por los colores que la decoran, a tono con los de los vitrales. En ambas están presentes el rojo, el azul, el verde y el dorado. Las bóvedas de la capilla inferior tienen flores de lis doradas sobre fondo azul, símbolo de los reyes de Francia. Algunas columnas presentan el mismo motivo mientras que en otras hay torres de Castilla doradas sobre fondo rojo, en honor a la madre del rey. Las bóvedas de la capilla superior están pintadas como un cielo estrellado. En los vitrales de la misma se encuentran representadas escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento, del Apocalipsis y de la historia de las reliquias. Estas vidrieras fueron hechas por artesanos de París. A diferencia de los vidrieros del taller de Chartres, los de París no separaban los colores vivos de los apagados. Por ello, en los vitrales de la Sainte Chapelle, los rojos y azules se entremezclan dando una tonalidad violácea, tan bella como ilegibles son, por esta causa, las imágenes. El exterior del edificio no permite imaginar la majestuosa elegancia de los interiores, los frentes están tratados con sobriedad y la decoración se concentra en las partes altas. La fachada principal está flanqueada por dos torres –que alojan las escaleras- y rematada por un gablete a dos aguas que acusa las vertientes de los techos. Las torres terminan en agujas ceñidas por sendas coronas de espinas y decoradas con flores de lis. Adosados a la fachada hay dos pórticos, uno sobre el otro, que se corresponden con los niveles de las capillas. Por encima de ellos se encuentra el rosetón. Las fachadas laterales están determinadas por la sucesión de ventanas y contrafuertes. Las ventanas están coronadas por gabletes a dos aguas Los contrafuertes por agudos pináculos. En la base de cada uno de éstos están dispuestas las gárgolas, caracterizadas como seres monstruosos que ahuyentan los espíritus malignos. Los empinados techos de plomo terminan en una cresta decorativa que remata, hacia el lado del ábside, con un ángel guardián que mira hacia Notre Dame. Sosteniendo la cruz, corona toda la obra una empinada aguja de cedro calada que apoya en un basamento octagonal que emerge del techo. En grupos de a dos y adosadas a seis caras del octógono, se encuentran las imágenes de los doce apóstoles. Esta aguja es una restauración llevada a cabo por el arquitecto Lassus durante el siglo XIX, ya que la original del siglo XV fue abatida por los revolucionarios. Por esa razón, las estatuas de los apóstoles, esculpidas por Geoffroy Dechaume, tienen los rasgos de Lassus y de los principales artesanos que trabajaron en la restauración. En cuanto al volumen, el esquema de dos capillas superpuestas determina que, exteriormente, la Sainte Chapelle sea demasiado alta para la superficie que ocupa. Sin embargo, los arquitectos del gótico no se preocupaban en exceso por estas cuestiones; la verticalidad de las estructuras y de la decoración góticas refuerzan esa característica del edificio confiriéndole un aspecto ascendente que da sentido al volumen. Como símbolo del poder real y de la Iglesia, la Sainte Chapelle fue blanco de los revolucionarios. Todas las partes del edificio donde hubiera coronas y flores de lis fueron destruidas a martillazos, la aguja fue derribada, el mobiliario desapareció, las reliquias se dispersaron, algunos vitrales fueron subastados, los órganos fueron llevados a la iglesia de Saint Germain L´Auxerrois y se destruyeron algunas estatuas, aunque la mayoría fue salvada. Posteriormente, la capilla fue convertida en club y luego en archivo del palacio de justicia. La restauración, comenzada en 1846, fue promovida y llevada a cabo por el arquitecto Lassus, como ya hemos dicho. A la muerte de Lassus, en 1857, los trabajos fueron continuados por el arquitecto Boeswillwald y se extendieron hasta 1867. Con la adquisición de las reliquias de la Pasión y la construcción de la Sainte Chapelle -el apropiado relicario- Luis IX unía la corona del Salvador a la suya en un acto de fuerte simbolismo en la afirmación del poder monárquico por sobre el de los señores. Su corona también se conservaría como una reliquia en la capilla palatina cuando a su muerte fuera canonizado para pasar a la posteridad como el rey San Luis. Quedarían así inmortalizados el rey por su santidad y la Sainte Chapelle por su imperecedera belleza. Augusto Rocca, arquitecto
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