Las termas romanas
La cobertura de grandes espacios para uso público fue uno de los mayores méritos de la arquitectura romana. Para ello los romanos debieron perfeccionar las estructuras heredadas de los etruscos (arcos, bóvedas y cúpulas), las cuales embellecieron con las formas de la arquitectura griega. De entre las tipologías edilicias creadas por los romanos son las termas las que más clara idea nos dan sobre sus costumbres, su civilidad y su concepción monumental del espacio. El amor de los romanos por el placer y la buena vida despertaron tempranamente su afición a los baños; por un lado utilizaron las termas naturales por sus propiedades terapéuticas, por otro, las clases altas, al igual que los griegos, incorporaron a sus villas y palacios pequeñas salas destinadas a los baños, las llamadas balneae. Sin embargo, fue en las grandes termas públicas en las que la tradición de los baños encuentra su más acabada expresión. Con el fin de granjearse el apoyo de las masas ociosas -que eran cuantiosas debido a que el trabajo era realizado casi exclusivamente por esclavos- los emperadores construían obras públicas cuyo fin era la distracción y entretenimiento de la población. Esta forma típicamente romana de populismo, conocida como panem et circenses –pan y circo-, dio origen a infinidad de teatros, anfiteatros, circos y termas. Con esta política se mataban dos pájaros de un tiro puesto que mucha mano de obra desocupada era empleada en la construcción. Las termas, además de entretenimiento, aseguraban la higiene y salubridad de la gente común cuyas casas carecían de balneae. Las primeras fueron edificadas al final de los tiempos republicanos. Posteriormente se construyeron las de Agrippa, las de Nerón, las de Tito, las de Trajano, las de Caracalla y las de Diocleciano. Según un relevamiento de 354 d.C., había en la ciudad de Roma 952 termas. Toda ciudad que se preciara tenía las suyas, aún las que se hallaban en los confines del imperio. En algunos lugares, los romanos aprovecharon las aguas termales naturales para construir baños, tal es el caso de la ciudad inglesa de Bath (baños, en inglés) en la, otrora, provincia de Britania. El esquema organizativo típico de las termas aparece por primera vez en las de Nerón y se perfecciona en las de Tito, de allí en adelante no se harían grandes cambios de distribución pero sí de tamaño, el cual se irá incrementando hasta adquirir escala colosal en la época del bajo imperio: las de Caracalla tenían capacidad para 1600 bañistas y las de Diocleciano -las mayores de todas- podían albergar cerca de 3000. El lujo oriental de las termas imperiales, así como su imponente espacialidad nada tenían que envidiar a los palacios de los emperadores. En los baños públicos los ciudadanos se sentían orgullosos de su nacionalidad, de sus emperadores y de su civilización. Las termas consistían en un gran edificio central -el de las de Diocleciano tenía cerca 30.000 m2 cubiertos -más de tres manzanas- en el que se encontraban los espacios destinados a los baños. Estos eran el caldarium (sala de baños calientes), el tepidarium, (sala de baños tibios), el frigidarium (sala de baños fríos) y, en las más grandes, la natatio (piscina descubierta). También había en este edificio apodyteria (vestuarios), apodyteria (salas de baños de vapor), apodyteria (salas de masajes, perfumes y ungüentos), ephebeum (gimnasios), salas de baño para uso privado y palestras. Estas últimas eran patios porticados donde se desarrollaban diversas actividades; había conferencias y debates, representaciones teatrales y musicales, se hacía gimnasia, y se practicaban deportes como el pugilismo, el harpastum (precedente del rugby) y el trigon, un juego de pelota. El edificio central se hallaba rodeado por extensos jardines –xystus- decorados con bosquecillos, fuentes y estatuas, generalmente réplicas de esculturas griegas, muchas de las cuales fueron halladas en tiempos posteriores y hoy se exponen en los museos. En torno a este parque, había tiendas, restaurantes (tabernae), salas de conferencias y bibliotecas. Para no alterar la forma rectangular de los jardines, estas instalaciones secundarias se agrupaban en unas prolongaciones semicirculares del predio llamadas exedras. Existe en la Roma actual una plaza llamada “de la exedra” cuya forma semicircular fue determinada por una de las exedras de las termas de Diocleciano. Algunos establecimientos termales tenían gradas para ver carreras de atletismo y, alojamientos para los atletas. Todo el conjunto ocupaba grandes superficies. Las termas de Diocleciano y las de Caracalla tenían aproximadamente 13 hectáreas cada una. Los baños eran para los romanos lo que los clubes son para nosotros: lugares de encuentro y de relación social, allí conversaban, se pasaban indiscreciones y hasta se tramaban conspiraciones políticas.
Las termas abrían sus puertas al mediodía y cerraban al atardecer. Había horarios separados para hombres y mujeres. La apertura se anunciaba con un tañido del discus, un gong de bronce. La entrada era gratuita para todas las actividades salvo para los baños. De todos modos el precio era muy bajo y permitía que todos, incluso los esclavos, pudieran acceder a las instalaciones. Las termas se organizaban simétricamente respecto de un eje norte sur. Sobre este eje se encontraban, de sur a norte, el caldarium, el tepidarium, el frigidarium y la natatio. A ambos lados de estas salas -manteniendo el esquema de simetría- estaban duplicados los accesos, las palestras, los ephebeum, los apodyteria, los sudatorium y los unctuorium. Se podría aseverar que fueron los romanos los inventores de la calefacción central. Todo el conjunto de las termas -incluidos los jardines- estaba elevado a fin de ubicar los hypocaustos (hornos a leña) en el subsuelo así como también lavanderías, cocinas y circulaciones de servicio. Las circulaciones tenían accesos independientes para que los operarios no interfirieran con los bañistas. Los hypocaustos calefaccionaban los ambientes y el agua del caldarium y del tepidarium por medio de conductos de aire caliente que discurrían por debajo de los pisos y por paredes ahuecadas. Debajo de los sudatorium había hornos que calentaban el suelo y el agua de una caldera cuya evaporación llenaba el ambiente. Las salas de baños calientes estaban orientadas hacia el sur –el lado más asoleado en Europa- a fin de facilitar la calefacción. Las cisternas de las termas eran alimentadas por acueductos que acudían a las ciudades desde las montañas. Las termas estaban cubiertas por grandes bóvedas y cúpulas de hormigón. Esto respondía al amplio desarrollo conseguido en la técnica del hormigón y a la inconveniencia de cerrar los espacios con cubiertas de madera, puesto que este material se deterioraba rápidamente con la humedad generada por las piletas. Los romanos usaron para los espacios más importantes de las termas -principalmente el frigidarium- la bóveda de arista. Esta es el resultado de la intersección de dos bóvedas de cañón, lo cual determina dos aristas diagonales, de ahí su nombre. La bóveda de arista apoya en sólo cuatro puntos a diferencia de la de cañón que lo hace a lo largo de todo el muro. Esto permite abrir grandes ventanales entre los apoyos y concentrar los peligrosos empujes de las bóvedas en un solo punto, los cuales, en el caso de las termas, eran contenidos por grandes contrafuertes. La magistral forma de articular los espacios permitía un correcto funcionamiento general a la vez que aseguraba el equilibrio estático de las estructuras de la cubierta. Como he señalado más arriba, las bóvedas y las cúpulas ejercen fuertes empujes laterales en las paredes que las soportan. Al disponer los espacios abovedados de forma tal que los empujes recíprocos se contrapesaran entre sí, aseguraban la estabilidad de la construcción. El frigidarium es un espacio basilical, o sea una gran nave central flanqueada por dos laterales más bajas. Esta tipología espacial, cuyo nombre proviene de los tribunales romanos o “basílicas”, tuvo posteriormente una enorme repercusión en la arquitectura cristiana ya que la inmensa mayoría de las iglesias occidentales son de planta basilical. En el espacio basilical la diferencia de altura entre las naves permite iluminar todo el ambiente mediante ventanales ubicados en lo alto de los muros de la nave central. En el frigidarium, las piletas –usualmente cuatro- estaban ubicadas en las naves laterales mientras que la nave central cumplía la función de gran salón. El caldarium era un gran ambiente con grandes ventanales; en algunas termas presentaba planta circular y estaba coronado por una cúpula, en otras, la forma era rectangular y estaba cubierta por una bóveda de cañón. Las piletas de este espacio –normalmente cinco- solían ubicarse en el perímetro de la sala. El tepidarium era un espacio de transición. Por ello era menor y menos monumental que el del caldarium y el del frigidarium. Generalmente tenía dos piletas ubicadas en los costados de la sala. El espacio central estaba reservado para la circulación de gente. La natatio no tenía cubierta, sin embargo se encontraba rodeada de muros que eran tratados como fachadas de un modo muy escenográfico y decorados con decenas de estatuas. La falta de luminosidad que generaba la presencia de los muros era compensada –en algunas termas- por grandes planchas de bronce que, desde lo alto de éstos, reflejaban la luz del sol. Para dar una idea del tamaño de estos espacios en las grandes termas imperiales bastará decir que el caldarium circular de las Caracalla tenía un diámetro de 55 m y el frigidarium medía 65 m de largo por 29 m de ancho. Los muros y pilares de las termas, construidos de ladrillos y hormigón, estaban revestidos exteriormente de paramentos de mármol, solución típicamente romana que se sigue usando en nuestros días. Los mármoles, granitos y pórfidos que embellecían las termas públicas eran llevados desde los cuatro rincones del imperio y los había de todo tipo y color. Los pisos iban revestidos de mosaicos con motivos geométricos y vegetales. Contribuían a la suntuosidad general los detalles de bronce, los frescos y las innumerables estatuas. Los ventanales de las termas, llamados “ventanas termales” eran arqueados y su luz estaba interrumpida por dos pilares. De este tipo son las ventanas que iluminan el hall de la estación de Constitución en Buenos Aires, de indudable inspiración romana. También en Buenos Aires encontramos estas ventanas en lo alto del neoclásico teatro Colón. El abandono de la vida urbana a causa de las invasiones bárbaras acabó con las termas cuyas ruinas todavía pueden verse esparcidas a lo largo y ancho del territorio que otrora fuera el imperio romano. En el caso de la ciudad de Roma, los largos asedios de los bárbaros concluyeron con la rendición de los romanos cuando los invasores destruyeron los acueductos que abastecían a la antigua capital imperial. Este acontecimiento acabó con la vida de la ciudad en general y con las termas en particular. La población de Roma, que por entonces era de 750.000 habitantes, se empezó a reducir hasta llegar a los menos de 50.000 con que contaba en la edad media. Con la caída de Roma la cultura del baño decae notablemente en occidente, sin embargo la tradición fue recogida por los invasores islámicos, quienes se asentaron en las antiguas ciudades romanas de Asia menor y del norte de África. La religión musulmana prescribe la ablución diaria, lo cual condujo a que las termas fueran inmediatamente asimiladas. Los islámicos modificaron la tipología mediante una drástica reducción del tamaño y una simplificación del programa. El resultado son los “hammam” o “baños turcos”. De las termas imperiales hoy sólo se conserva casi intacto el frigidarium de las de Diocleciano que fue convertido en la iglesia de Santa María degli Angeli. De las demás sólo sus colosales ruinas pueden darnos una vaga idea de la escala y sofisticación de estos magníficos monumentos de la civilización romana. Augusto Rocca Arq.
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