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Lo que históricamente ha provocado el odio de los cristianos hacia los judíos ha sido el fanatismo de los primeros, una vez que se hicieron con el poder en el Imperio Romano. Ante unas masas incultas, acusaron a los judíos del asesinato de Cristo cuando fueron los romanos quienes lo hicieron. Pero ellos no iban a comprometer a la gallina de los huevos de oro, el Imperio Romano, en cuya fuerza sustentaban su expansión ideológica.
El listado de prominentes santos y padres de la Iglesia antisemitas es demasiado largo de enumerar. Baste con decir que rara vez se encuentra a uno que fuera realmente simpatizante de los judíos. La ferocidad del antisemitismo de la Iglesia no cejó con el paso del tiempo.
El obispo de Constantinopla y doctor de la Iglesia Juan Crisóstomo (347-407) fue el primero y más fanático de los antisemitas cristianos. Su odio hacia los judíos no tiene parangón. Está reconocido como el más grande de todos los predicadores cristianos y usó su oratoria para poner los cimientos de gran parte del futuro antisemitismo de la Iglesia. Después de algunos de los sermones de Crisóstomo en 388 su rebaño de feligreses incendió varias sinagogas.
Como antisemita, Lutero (1483-1546) fue tan sólo un poco menos virulento que Crisóstomo: Los judíos envenenan, son asesinos rituales, usureros; son parásitos de la sociedad cristiana; son peor que demonios; es más difícil convertirlos a ellos que al propio Satanás; están destinados al infierno. Son, en verdad, anticristo. Sus sinagogas debieran ser destruidas y sus libros decomisados; debieran ser obligados a trabajar con las manos; más aun, debieran ser expulsados por los príncipes de sus territorios.
En su último sermón, predicado solo días antes de su muerte, arengaba a que los expulsaran de toda Alemania. Este último sermón fue ampliamente difundido por la propaganda nazi en Alemania en los años previos a la II Guerra Mundial y a las matanzas en los campos de concentración.
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