EL VATICANO SACRIFICÓ A LOS TEMPLARIOS
¿Ha absuelto el Vaticano a los templarios? La reciente publicación de un texto de Clemente V, fechado en agosto de 1308, en el que el Pontífice reconoce no ver signos de herejía en los célebres monjes-guerreros ha despertado toda suerte de comentarios en la prensa internacional. ¿Por qué la Santa Sede ha decidido presentar una edición de ese texto al cumplirse setecientos años exactos del inicio de la persecución contra el Temple? La actitud del Archivo Secreto Vaticano no encierra, ni puede hacerlo, voluntad celebrativa ni reivindicativa alguna, como se ha dicho, respecto a los templarios.” Con estas palabras el cardenal Sergio Pagano, prefecto del registro documental más importante del planeta, se desmarcaba de lo dicho este último mes por los grandes medios de comunicación respecto a una presunta absolución de la Orden del Temple por parte de la Iglesia. Y es que para la curia de Benedicto XVI no hay tal perdón. El pasado 25 de octubre, en una multitudinaria rueda de prensa celebrada a pocos metros de la Capilla Sixtina y a la que acudió MÁS ALLÁ, este extremo quedó bien claro. El prefecto del Archivo Vaticano ofreció la postura oficial de la Santa Sede respecto a la represaliada orden de los monjes guerreros durante la presentación de una novedad editorial: una costosísima edición facsímil del llamado Folio de Chinon. La historia de este drama es universalmente conocida: el viernes 13 de octubre de 1307 Felipe IV mandó apresar a todos los templarios y confiscó sus bienes acusándolos de herejía.
Se les recriminó que, durante sus ceremonias de ingreso a la Orden, los templarios obligaban a sus candidatos a escupir sobre un crucifijo y a renegar de Cristo. A ese pecado los hombres del rey pronto añadieron cargos por los besos obscenos que los neófitos debían dar a sus superiores en partes impúdicas de su anatomía, así como por la adoración de un misterioso ídolo, una cabeza barbuda a la que llamaban Bafomet. Casi dos semanas más tarde, el 25 de octubre –setecientos años exactos antes de la rueda de prensa del cardenal Pagano–, Jacques de Molay, el último gran maestre del Temple, admitió ante una audiencia pública convocada por el rey, en presencia de teólogos de la Sorbona, que esos cargos eran ciertos. El escándalo fue mayúsculo: la vanguardia de la cristiandad durante las fallidas cruzadas contra Tierra Santa, orgullo de papas y reyes, se revelaba así como un nido de herejes. De apóstatas.
UN ESCÁNDALO DE SIETE SIGLOS
Clemente V Lo que sucedió a continuación también es de sobra conocido. Los templarios sufrieron un proceso penal que duró siete largos años y que concluyó con la quema en París del mismísimo Jacques de Molay y varios de sus hombres de confianza. Sus propiedades fueron repartidas entre el monarca y otras órdenes religiosas y los caballeros que escaparon a la persecución francesa terminaron refugiándose en cortes afines a ellos, como la aragonesa, para desvanecerse poco después de la Historia. Pero en todo este episodio faltaba por saber algo. Un oscuro documento, olvidado en los anaqueles del Archivo Secreto Vaticano, ha demostrado en pleno siglo XXI que Clemente V –el único, por cierto, que tenía jurisdicción sobre el Temple para disolverlo o procesarlo– no condenó jamás por herejes a esos caballeros. Y, pese a ello, permitió su sacrificio. ¿Por qué? El documento en cuestión, redactado en el castillo de Chinon, en el Loire galo, ha pasado desapercibido a generaciones enteras de archivistas vaticanos. La culpa reside, en parte, en la parca descripción de su contenido que figuraba en los inventarios de la Iglesia. Sin embargo, en 2002 una joven oficial del archivo, Barbara Frale, se dio cuenta de que aquel texto que se había inventariado sin alusión alguna a los templarios debía de contener algo valioso. La sola mención de los nombres de Berenger Frédol, sobrino de Clemente V, del cardenal y hombre de confianza del papa Étienne de Suisy y del ex vicecanciller del rey Landolfo Braccaci la pusieron en guardia. Y con razón. La doctora Frale, buena conocedora del proceso legal contra De Molay, sabía que esos tres hombres habían sido los que el Papa envió a París en el otoño de 1307 para aclarar por qué el rey de Francia había ordenado detener a la orden más poderosa de la cristiandad. Que sus nombres aparecieran de nuevo citados meses más tarde en un pergamino pontificio sólo podía significar que ese documento también estaba vinculado a la caída del Temple. Y acertó. Al leer el pergamino de Chinon al completo, Frale se quedó de una pieza. Fue redactado por el Papa después de que un grupo de setenta prisioneros templarios le fueran enviados a su encuentro desde París para que pudiera entrevistarlos. En aquellos interrogatorios del verano de 1308 a Clemente V le quedó claro que sus confesiones les habían sido arrancadas mediante tortura y que la verdad que enmascaraban era muy sencilla de entender.
NOVATADAS MEDIEVALES En un libro publicado en 2004 por la doctora Frale y titulado I Templari, la “redescubridora” del Folio de Chinon analizó esta cuestión al detalle. Una de las normas básicas de la regla del Temple era la obediencia absoluta a sus superiores. “¿Podréis soportar lo insoportable?”, preguntaban al candidato a templario. “Señor, ¡con la ayuda de Dios soportaré cualquier cosa!”, respondía. Pero tras jurar subordinación eterna el neófito era sometido a una dura prueba, no escrita en su regla de ingreso, que era una suerte de novatada pensada para forjar el carácter de los recién acogidos. Ésta consistía en que al nuevo templario se le conducía a una pequeña estancia adornada con un crucifijo. Los veteranos le obligaban a descolgarlo, a abjurar de la imagen allí clavada y a escupir sobre ella.
La experiencia debía de ser dura. ¿Acaso el cadete no acababa de jurar obediencia absoluta a sus superiores? ¿Y qué estimaba más? ¿Su lealtad recién comprometida... o su fe? Según Frale, Clemente V había oído hablar de tales prácticas dos años antes de la maniobra de arresto masivo de templarios ordenada por Felipe IV y había iniciado sus pesquisas para detenerlas con total discreción. Sin embargo, la acción del monarca le cogió por sorpresa. Tras la confesión –forzada, como se sabrá más tarde– de Jacques de Molay ante los teólogos de la Sorbona, al Pontífice le resultó imposible convencer a la Corte de que la abjuración o los besos obscenos eran sólo pesadas bromas cuartelarias, una especie de mobbing medieval. Lo único que entonces jamás se aclaró –y que Frale reconoce aún como un enigma templario en toda regla– fue el culto al Bafomet y a cierta “Santa Sangre que los templarios celebraban en relación con la Última Cena en una ceremonia litúrgica única en el mundo, tal vez derivada de tradiciones populares jerosolimitanas de los primeros siglos de la Era Cristiana”, explica Barbara Frale en I Templari.
En la convocatoria del cardenal Pagano del pasado 25 de octubre de 2007, la doctora Frale analizó el verdadero valor de este episodio."Clemente V permitió que Francia destrozara la Orden del Temple para evitar un cisma”, afirmó.
“De haberse opuesto a los deseos de Felipe IV, el Papa intuía que la Iglesia se habría dividido en dos: una Iglesia francesa y otra romana. Y el Pontífice, un jurista extraordinario, decidió evitarlo sacrificando al Temple.” La pregunta que queda en el aire tras estas revelaciones es: ¿por qué entonces el papa Benedicto XVI no restablece el honor a aquellos mártires de la política vaticana?
Javier Sierra
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